Cuando hablamos del lenguaje es fundamental referirnos a él como un sistema dinámico ya que está sujeto a los constantes cambios que se generan en el entorno social. La necesidad de adaptarlo a los nuevos tiempos es un requisito que permite una comunicación funcional y sobre todo eficaz.
Los eventos singulares o grandes crisis fueron siempre generadores de un nuevo lenguaje, es decir, de palabras que más allá de la materialidad que designan son piezas trascendentales para la difusión de informaciones que en este escenario asumen un rol importante dentro de la comunicación tanto oral y escrita.
No solo son nuevas palabras, también nuevos usos y reglas que nos impone nuestro entorno actual y como usuarios responsables de nuestra lengua debemos manejarlas con propiedad, puesto que la correcta y buena expresión escrita otorgan credibilidad y calidad a nuestra imagen profesional y corporativa.
El lenguaje de los documentos ha ganado un gran protagonismo en este contexto; comunicados, avisos, notas, circulares, etc., son hoy la carta de presentación y mayor medio de vínculo social. Es por ello que deben modernizarse en cuanto a la incorporación de los neologismos surgidos, esto facilitará la comprensión del mensaje, no se trata de hacerlo más complejo sino más sencillo y preciso.
Con relación al desenvolvimiento personal y profesional e independientemente al área de formación cada día se torna un desafío ante la necesidad de mejorar nuestro nivel lingüístico, reflexionar sobre ello desde la práctica nos orientará a la búsqueda de calidad en los niveles de expresión.
Y como ya la expresó el crítico y poeta Ezra Pound: “Los buenos redactores son aquellos que conservan la eficiencia del lenguaje. Es decir, lo mantienen preciso, lo mantienen claro”.
